jueves, 4 de febrero de 2010

Semblanzas

Se conocieron gracias a un diluvio torrencial. Muchas personas se reunieron en la estación de servicio que se encontraba en la esquina de dónde se hacía el recital y ellos, con piloto ambos, se miraron de refilón. Él prendió un cigarro y observó que ella llevaba un pin de la banda que tocaba. Encantado por ese detalle se movilizó hacia ella para decirle algunas palabras. Fue una charla horrible, de esas dónde uno está nervioso porque no sabe cómo está quedando y la otra habla con monosílabos. El recital se suspendió, la policía reprimió y ellos lograron escapar escondiéndose en un bar que estaba sobre la calle paralela dónde estaban los disturbios. Hablaron de música, de anteriores conciertos y se besaron. Él se preguntó si era necesario conocer algo más sobre la muchacha. Ni llegó a responderse que ya estaban yendo a un hotel alojamiento, como se dice ahora, mientras hablaban de películas y de las constelaciones. Compartían todo. Pasaron la noche juntos y planearon encontrarse el día que se haga el recital que iba a reprogramarse. Eso nunca sucedió.

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El Comandante Fidel Castro se preparaba para un largo discurso en las escaleras de la Facultad de Derecho de la UBA. Ella esperaba fumando en medio de una multitud que se había acercado. Un muchacho se le acercó para preguntarle si creía en la Revolución. Ella respondió que no necesitaba que ningún muchachito le venga a tomar examen ni le haga preguntas para ponerla a prueba. El chico no sabía si irse avergonzado por la respuesta o reírse. Optó por la segunda opción. Ella también se rió y se quedaron conversando de Cuba, de Buenos Aires, de Marx y de Gramci. Escucharon al Comandante y luego hicieron juntos la revolución. Se escribieron alguno poemas, que luego ella los publicó en un pequeño libro, y nunca más volvieron a verse porque ella se casó cuatro meses después. Había olvidado decirle al muchacho que ella estaba de novia.

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No compartía nada con ella. Él tenía barba desprolija, saquito cardigan y ray ban. Ella, siempre a la moda, lista para bailar arriba de un parlante del boliche del barrio. Se cruzaron en la Facultad de Medicina y se observaron de reojo. Él había ido a darse una vacuna gratis que le daban a los que viajaban por esos días. Ella salía de rendir un final. Y el mismo bondi se fueron a tomar... Ella hermosa, pelo lacio y ojos color miel. Él, con dolor en el brazo por la inyección, la miraba pero nunca pensó en hablarle. Se bajaron y ahí sÍ le dijo algo así como “pero qué casualidad”. Ella sonrió. Hablaron un rato. Él la invitó a un bar en una esquina y tomaron unas cervezas. Tuvieron una charla poco interesante, pero lo que se jugaba en esa mesa era el plano de la conquista, solamente eso. Se besaron al caer la noche. Dos días después terminaron peleándose por MSN porque ella no conocía la canción “For no one” de los Beatles.

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Eran dos almas vagabundeando por la tanguería. Ella rechazando todas las invitaciones de baile y él tomando una botella de vino escuchando a Muddy Waters por el tocadiscos del lugar. Ambos más de cincuenta años. Él le dijo “el error es estar sentados sólos. Si fuéramos más jóvenes serías mi mejor amiga. Pero hoy te invito esta milonga que empieza y que sea lo que sea”. Un muchacho de barba comenzó a tocar la guitarra y ellos se pusieron a bailar. Almagro y la noche van de la mano parece... bailaron, tomaron unos vinos, se besaron y estuvieron dos meses saliendo. Él se cansó de los problemas que tenía ella con el ex marido, con sus hijos y la dejó. Viajó a Formosa, donde se radicó y no volvió a Buenos Aires hasta que lo fulminó una aneurisma cerebral a los 64 años.