sábado, 19 de junio de 2010

Si te encontrara...

Un pequeño respiro entre tanta poesía:




Si te encontrara sería mi ilusión...

lunes, 7 de junio de 2010

Crónica de una noche anunciada

Cansado de la gente que vive con un casco en la cabeza para no ver la triste realidad que los rodea, él decidió encerrarse a leer a Bataille en su cuarto. De los parlantes salía la voz de Daffunchio preguntándose “¿la píldora de la vida cuál es?” y sonrió irónicamente pensando en que esa pregunta, lamentablemente, no tenía respuesta. Después de leer algunos minutos se dio cuenta que esos textos que le mandaban los profesores de la facultad lo volvían más neurótico de lo que ya era. Lo único que lograban era que siga encontrando signos en la vida y en el accionar de la gente para luego seguir persiguiéndose, justo a él, que ya de por sí buscaba índices en todos lados. Guardó el texto, no le estaba prestando más atención por lo que decidió dejar la lectura e ir en busca de chocolates. “¿Hay algo más melancólico que pasar un jueves a la madrugada comiendo chocolates y escuchando música?”, se preguntó. Fue absurdo, solamente otra pregunta retórica más sin responder. Miró su mesita de luz. Estaba llena de bollos de pañuelos descartables. Le molestaba el olor a cigarrillo que había en la habitación, el cuál era lógico porque el cenicero estaba lleno de puchos apagados. Podría haberlos tirado a la basura pero no le importó ni el desorden ni el olor que iba a seguir quedando en el cuarto y se puso su campera nueva, una bufanda y salió a caminar.

Le sorprendió la avenida despejada de autos y vacua de gente, entonces decidió quedarse sentado en el cordón disfrutando de esa imagen tan poco frecuente en su barrio. Se colgó, como sólo se cuelgan los niños eternos cuando no dan más. Pensó en que estaría bien que los psicólogos den turnos a las 4 AM, esa hora dónde todo está realmente mal. “No sirve del todo tener sesión a las cuatro de la tarde. A esa hora ya me pongo un poco mejor y además tengo sueño”, murmuró en voz baja. Hacía frío y había un viento que era lo único que impedía el silencio absoluto de la escena. Habló con él mismo durante unos minutos. Recordaba viejos amores y se cuestionaba no poder amar como cuando tenía 16 años; como si alguien pudiese ¿no?. Sucede que él era una persona que aún con sus años creía en el amor al estilo la relación que se crea entre la Maga y Oliveira, aquellos personajes de Rayuela, o peor aún, creía en ese sentimiento extraño y recíproco que había entre Pablo y la señorita Cora en aquel cuento de Cortázar de "Todos los fuegos, el fuego". Eso es todo un problema, porque cuándo uno crece se da cuenta que la gente es de manual, tan básica como una enciclopedia de primer grado, y los personajes con los que coquetea a menudo no existen, sólo son ficciones bastantes distorsionadas de la realidad.

Para cuando volvió a su casa, se dio cuenta que había dejado el equipo de audio prendido. No se sorprendió porque era algo que solía suceder. Ordenó un poco los discos y se tiró en la cama a mirar el techo, que tenía la figura del espiral en el que estaba inmerso hacía dos años y no podía salir. Un espiral de ciclotimia crónica y melancolía constante; espiral que siempre observaba con atención antes de cerrar los ojos y dormirse, para olvidarse por lo menos algunas horas de esa sensación que lo perseguía día a día. Cerró los ojos y se durmió boca arriba. No se tapó, pues era una persona más que estaba en llamas cuando se acostó.